Palmyra, una tranquila villa ubicada a 220 kilómetro al norte de Damasco, en Siria, cuya población no supera los 220.000 habitantes, cuenta con excéntricos restos arquitectónicos de origen romano se mezclan con otros de tipo espartano, en donde el arte y la historia se combinan para seducir y atrapar a los turistas que elijan visitarla.
El inmenso templo de Palmyra se levantó desde la arena en el medio de una zona completamente desértica y fue proclamada la capital de la Provincia Romana de Arabia. Al este de la ciudad se encuentra el Valle de las Tumbas o también conocido como la “Casa de los Muertos”, donde magníficos palacios subterráneos son decorados con prominentes esculturas de distinguida calidad y particularidad.
Asimismo, en el mismo valle, se encuentran las Torres Funerarias que se elevan contrastándose con el cielo azul, donde también está El Templo de Bal, Las Columnas, el Agora y el Palacio Hyre.
Es posible percibir en estas obras un color rojizo en sus piedras areniscas en las partes superiores de las columnas y edificios, debido a que se encuentran expuestas a la oxidación que produjo el aire durante tantos siglos. Demostrando así, la profundidad en la que se ubican estas piedras, muchas veces alcanzando los tres o cuatro metros.
Con el fin de ofrecerles a los visitantes la mayor gratificación visual posible, la ciudad ha sido restaurada gradualmente para lograr la mayor delicadeza en los monumentos del oriente y así, disfrutar de las obras arquitectónicas y la máxima seguridad del espacio.
Imagen: La Luz de Mis Ángeles